martes, 13 de enero de 2015

El pequeño placer de cerrar puertas

Los finales no siempre son amargos o tristes. O, aunque lo sean, pueden suponer, también, un poco contradictoriamente, un alivio o, simplemente, una mejora en nuestra vida.

Hay varios tipos de cierre...

Está el involuntario, que es el que peor se lleva. Cuando la situación o persona que hay al otro lado es quien cierra la puerta, en ocasiones acompañándose de un empujón. Eso duele, generalmente.

También está el sonoro portazo. Puede ir acompañado de una significativa y placentera tirada de llave al río. Alivia temporalmente, te quedas muy a gusto, pero a la larga puedes terminar por arrepentirte de ese final.

Por otra parte, mi favorito, el método que más empleo particularmente, es "la muerte lenta". Alejarse de puntillas mientras la inercia, o la corriente, o lo que sea, termina de cerrar suavemente la puerta. Sin escándalos.

Otra forma es la despedida cordial, si no decidida por ambas partes, sí cuenta con un factor que, a medio y largo plazo, las favorece. Un "Chao, que te vaya bonito" hace que no deje un recuerdo demasiado irascible en ninguna de las partes.

En fin, existen tantos finales como relaciones (amistosas, amorosas, laborales o de cualquier tipo).

En estos principios de año muchos nos hemos hecho propósitos que implican ese cierre. Yo me estoy poniendo manos a la obra, y el alivio que me está haciendo sentir me hace arrepentirme de no haberlo hecho antes. Pero también es verdad que, si no hubiera esperado tanto, no hubiera llegado a ciertos puntos de saturación y ese cierre no hubiera sido tan placentero.

Cuando es voluntario y meditado ¡qué bien sienta un au revoir!