Leer los cuentos (y muchas novelas) de Ana María Matute invita a un ejercicio de "retorno mental", de arañar la capa dura que se va haciendo en el corazón para disfrutar toda la aventura que nos están contando, y comprenderla del todo. En uno de sus cuentos (el maravilloso "Sólo un pie descalzo") hay un párrafo memorable que habla de cómo se endurece el corazón (de una niña, en este caso):
"Las lágrimas que no vertía ante los demás fueron rodeando poco a poco su corazón, puesto que caían hacia dentro. Formaron una cobertura, como una urna de cristal, que lo separaba y protegía. Y fue alejándolo, también cada vez más, de cuanto la rodeaba."
De esta recopilación, destacaría "Caballito Loco", "Carnavalito", el mencionado "Sólo un pie descalzo", "El verdadero final de la Bella Durmiente"... pero, ante todo, "El polizón del "Ulises"" y el (creo) insuperable "Paulina".
En "El polizón del "Ulises"" habla de un niño abandonado, adoptado por las consabidas 3 hermanas "solteronas". Habla de su mundo interior, sus inquietudes (probablemente heredadas biológicamente), su forma de crecer, las aventuras que todo esto le hacen vivir... Pero lo hace desde un punto de vista muy poco adulto: hay que ponerse en el pellejo del niño que fuimos (te facilita mucho "el traslado" su narrativa) para no pensar en "castigos correctivos", "educación", "locura"... Para no juzgar.
Y Paulina... otra huerfanita (lo que han aportado los huerfanitos al mundo del cuento, ¿eh?) que, tras estar enfermita, va a recuperarse a casa de sus abuelos en las montañas, y de su mano conocemos las diferencias con la vida en la ciudad, el carácter de la gente, lo mucho que aprende allí... muy rollito Heidi, sí... (está escrito en 1969, el plagio es dudoso, aunque Heidi es del siglo XIX). Pero lo auténticamente grande, enorme, inmenso de Paulina es cómo está contado... te tiene el corazón encogido durante todo el relato (más de 100 páginas), en concreto he pasado un par de noches de lectura llorona... pero llorona a mares... Eso sí: no era de "penita". No sé bien qué era. Más que lo que estaba contando, era cómo me lo estaba contando... me encogía por dentro, tocaba (no pinchando, sino con calorcito) "algo"... que me hacía llorar como una magdalena... pero "llorar bien", insisto. Vamos, rítetú de las sesiones de kinesiología y regresiones varias. Con Paulina he tenido que liberar... la leche. Un fragmento de la primera página de este relato, como muestra de la maestría de Ana María Matute para escribir como piensa una niña:
"[...]Porque a mí me gustan mucho los trenes y, aunque parezca mentira, los túneles. Dormir en el tren, despertarte a medianoche, y oír el trac-trac, y sentir el balanceo y pensar: "Estoy viajando, voy a través de campos, quizá de bosques, voy por entre boquetes de rocas, y debe de hacer mucho frío y mucho miedo ahí fuera, tan de noche, ¡cualquiera está ahí en el campo! Y yo, en cambio, aquí metidita, durmiendo. Con sólo levantar la cortina de cuero de la ventanilla, vería todo ese miedo. Pero voy aquí, arropada y durmiendo." Eso me da cosquillitas frías por el espinazo, de esas tan agradables. [...]"
En definitiva: que me han encantado. Los pondría, más o menos, un poquito (muy muy muy poquito) por debajo del nivel, en mi lista, en el que tengo los cuentos de Gianni Rodari.