Esta noche he dormido poco y mal. Entre mi tocaya ciclogenética y el cabreo, la vergüenza ajena que sentía... No conciliaba. Y cuando lo conseguí, fue por poco tiempo.
Y me explico:
Anoche, como siempre que puedo, vi la retransmisión de la Gala de los Goya.
Eso sí: anoche la cogí ya empezada, por motivos que no vienen al caso (esta semana intentaré ver lo que me perdí). Conecté casi justo para ver el premio que entregaba la estupendísima Silvia Abascal. Y me enganché. Aunque este año me daba algo de perecita porque, para ser sincera, Manel Fuentes... no es mi debilidad, precisamente. Dejémoslo ahí.
Como otros años, lo que vi de Gala me gustó, por lo general, con partes salvables, como con todo. No olvidemos que es una entrega de premios que dura unas 3 horas. Difícil que en algún momento no haya tedio.
Hubo momentos emocionantes, momentos con los que me partí de risa, momentos reivindicativos (impagable la de Mariano Barroso, Goya al mejor guión adaptado por "Todas las mujeres" -que tendré que ver-): "Si el Ministro de Defensa no hubiera ido al desfile de las Fuerzas Armadas, su jefe le despediría al día siguiente. Pero parece que este jefe no manda mucho...") y momentos algo bochornosos, también, sí.
Ciertamente, muchos años la Gala ha sido un desfile de reivindicaciones políticas, pero este año se han cortado bastante. A pesar de todo por lo que hay que protestar, y todo por lo que este sector tiene derecho a quejarse (la ausencia del Ministro, lo más bochornoso de la noche). Quizá no sea el momento ni el lugar, pero es un altavoz estupendo. No me gusta que se politice un acto cultural, pero entiendo las reivindicaciones y estoy de acuerdo con la mayoría de ellas. Y no me molesta que se mencionen en la Gala, pero sí que sean las protagonistas.
La vergüenza ajena de la que hablaba antes vino después de la Gala, al leer los comentarios en Twitter, esa red que sirve (cada día más) de altavoz de la amargura.
Y yo que la consulto para estar al día...
La mayoría de los comentarios eran críticas, ensañamiento, un intento de ser gracioso echando abajo el trabajo de los organizadores, los actores, las películas... Pero ¿alguno de esos "críticos espontáneos" ha visto alguna de esas películas? ¿Alguno sería capaz de hacer, según su criterio, un buen videoclip, un buen guión, una buena representación, de organizar una gala medianamente aceptable?
Menos patriotismo y más chovinismo. Muchos de los que comentaban (me llegaban vía retweet en buena parte) han hecho frecuentemente comentarios patrióticos. ¿Y el cine español? Que, a pesar de la fama que le hemos creado, sí, tiene mucho truño, pero también muy buenas películas y muy buenos profesionales (es simplemente saber elegir qué ves, y si llevas una base previa sabes el trabajo de quién te va a gustar más y el de quién menos). Y es una noche de celebración de los mejores en ese trabajo (aunque muchos buenos, según mi criterio, quedaron fuera, y alguno no tan bueno se coló).
Por cierto, si tanto odian el cine español, si tan bodrio les parece... ¿qué hacen un domingo por la noche, durante más de 3 horas, pegados a la tele? ¿Les va la marcha, o qué?
¿Alguien se imagina que la mayoría de los franceses, al día siguiente de los César, o la mayoría de norteamericanos, en la jornada de resaca de los Óscar se dedicaran a echarlos abajo, a criticarlos (sin base en buena medida), y a casi nadie gustaran?
En general, aparte del erróneo concepto que tenemos de que tachar todo de malo nos da como superioridad, los españoles tenemos un gran problema. Y es un problema que, en momentos críticos como el actual, nos lastra enormemente. Vemos lo extranjero (lo americano, especialmente) como si viniera de los mismos dioses del Olimpo, adoramos hasta lo que es basura (cuánta más taquilla no han hecho auténticos bodrios de Hollywood que muchas buenas películas españolas. Lo mismo pasa con escritores, pintores y, en general, salvo casos aislados, buena parte de la Cultura). Pero lo nuestro lo rechazamos de primeras. Si la peli es española, es mala. Si nos intentan vender algo con nombre español, recelamos... nos inclinamos más por algo firmado en inglés. Qué triste. Cuánto cateto suelto.
lunes, 10 de febrero de 2014
martes, 4 de febrero de 2014
Arrugas
Quiso la casualidad que empezara la lectura de este cómic, al que tenía ganas hace tiempo, justo el día que emitían la película que se hizo basándose en él. En la 2, si no me equivoco.
Ahora también tengo pendiente la película. No sé cómo la habrán enfocado, si habrá sido muy fielmente o con un tono dramático más acusado. Espero que no me defraude.
El sabor que me ha dejado esta lectura es agridulce. Agrio por, evidentemente, la dura realidad que relata. Que sigue ocurriendo. Y que, sólo quizá, nos llegue a alguno. Dulce por el cariño y hasta humor tierno con el que está tratado un tema tan duro.
Es lo que más ha llamado mi atención en esta lectura: el trato que da el autor a algo que los demás vemos como dramático. Quizá sea porque lo escribió desde el cariño. Según declara, lo escribió por sus padres.
Se dio cuenta, durante un encargo laboral, de que los ancianos eran borrados, eliminados, invisibles pero porque no se les quiere ver. Algo parecido a lo que sucede con los discapacitados.
No dejaba de recordar, durante la lectura, esa frase de Terry Pratchett que dice que "Dentro de cada anciano hay un joven preguntándose qué demonios ha pasado".
Todos (al menos, los supervivientes) envejecemos. Y maduramos. Pero, a medida que el envejecimiento va avanzando, la maduración se va atascando: una vez hemos formado lo que somos, lo que pensamos, lo que creemos... se estabiliza dentro de nosotros y nos define. Y así seguimos, por regla general. Con algún cambio sutil, pero poco determinante. Sin embargo, el envoltorio sí va envejeciendo, perdiendo agilidad, elasticidad, ganando en achaques... En ese envoltorio está incluido el cerebro. Es algo así como que lo que somos es nuestra "alma" (o como quiera llamarlo cada quien) y el cuerpo, con cerebro incluido, es nuestra forma, simplemente. Almacena nuestros recuerdos, como cicatrices en los brazos o como el vídeo de nuestro 9º cumpleaños en un CD. Y cuando llegan los achaques al "disco duro"... Empiezan las contradicciones más fuertes entre ambas partes.
En el caso de ese monstruo, el Alzheimer, al que (creo) todos tememos, o de cualquier tipo de demencia senil, la realidad adquiere un tinte muy negro. Para quien lo padece (¡qué miedo, qué desconcierto se debe sentir!) y para su entorno. Y ahí entran las residencias.
Hace mucho tiempo trabajé en una. De lujo, se suponía. Y lo que vi fue terrible. Nunca había comprendido la negativa de irse a una residencia llegada una edad: facilitan tu vida y la de los tuyos, te dan cuidados físicos (neurología, rehabilitación, enfermería...). Pero no tenía en cuenta que no deja de ser un negocio. Que cuanta menos guerra den "los abuelitos", menor inversión. Que, si los familiares que los visitan (si es que los visitan) les ven tranquilos, piensan que están bien cuidados. No que están hasta arriba de Orfidal.
De aquella época recuerdo con especial cariño a Doña Aleida. Una abuelita dulce, siempre sonriente, siempre bien arregladita, cuya única obsesión era enterarse la primera del menú del día. Tenía pinta de haber sido una mujer culta, inquieta. Y todo se redujo a enterarse la primera del menú del día, cada día. Qué terror, ¿no?
Como en todos los campos científicos, la geriatría y la neurología avanzan a pasos agigantados (en los países que invierten en I+D). Espero que pronto den con la solución para esta enfermedad, para quien la quiera. No dejo de pensar que, en algunos casos, el Alzheimer debe ser hasta bueno: recordar la infancia, la juventud, la parte buena de la vida... Y no ser consciente de que has tenido hijos que no van a verte, o de todo lo malo que te ha ido sucediendo en los últimos años. Ni siquiera ser consciente de que estás en una residencia. No dudo que habrá algún caso que quiera que le dejen ahí, calentito.
Ahora también tengo pendiente la película. No sé cómo la habrán enfocado, si habrá sido muy fielmente o con un tono dramático más acusado. Espero que no me defraude.
El sabor que me ha dejado esta lectura es agridulce. Agrio por, evidentemente, la dura realidad que relata. Que sigue ocurriendo. Y que, sólo quizá, nos llegue a alguno. Dulce por el cariño y hasta humor tierno con el que está tratado un tema tan duro.
Es lo que más ha llamado mi atención en esta lectura: el trato que da el autor a algo que los demás vemos como dramático. Quizá sea porque lo escribió desde el cariño. Según declara, lo escribió por sus padres.
Se dio cuenta, durante un encargo laboral, de que los ancianos eran borrados, eliminados, invisibles pero porque no se les quiere ver. Algo parecido a lo que sucede con los discapacitados.
No dejaba de recordar, durante la lectura, esa frase de Terry Pratchett que dice que "Dentro de cada anciano hay un joven preguntándose qué demonios ha pasado".
Todos (al menos, los supervivientes) envejecemos. Y maduramos. Pero, a medida que el envejecimiento va avanzando, la maduración se va atascando: una vez hemos formado lo que somos, lo que pensamos, lo que creemos... se estabiliza dentro de nosotros y nos define. Y así seguimos, por regla general. Con algún cambio sutil, pero poco determinante. Sin embargo, el envoltorio sí va envejeciendo, perdiendo agilidad, elasticidad, ganando en achaques... En ese envoltorio está incluido el cerebro. Es algo así como que lo que somos es nuestra "alma" (o como quiera llamarlo cada quien) y el cuerpo, con cerebro incluido, es nuestra forma, simplemente. Almacena nuestros recuerdos, como cicatrices en los brazos o como el vídeo de nuestro 9º cumpleaños en un CD. Y cuando llegan los achaques al "disco duro"... Empiezan las contradicciones más fuertes entre ambas partes.
En el caso de ese monstruo, el Alzheimer, al que (creo) todos tememos, o de cualquier tipo de demencia senil, la realidad adquiere un tinte muy negro. Para quien lo padece (¡qué miedo, qué desconcierto se debe sentir!) y para su entorno. Y ahí entran las residencias.
Hace mucho tiempo trabajé en una. De lujo, se suponía. Y lo que vi fue terrible. Nunca había comprendido la negativa de irse a una residencia llegada una edad: facilitan tu vida y la de los tuyos, te dan cuidados físicos (neurología, rehabilitación, enfermería...). Pero no tenía en cuenta que no deja de ser un negocio. Que cuanta menos guerra den "los abuelitos", menor inversión. Que, si los familiares que los visitan (si es que los visitan) les ven tranquilos, piensan que están bien cuidados. No que están hasta arriba de Orfidal.
De aquella época recuerdo con especial cariño a Doña Aleida. Una abuelita dulce, siempre sonriente, siempre bien arregladita, cuya única obsesión era enterarse la primera del menú del día. Tenía pinta de haber sido una mujer culta, inquieta. Y todo se redujo a enterarse la primera del menú del día, cada día. Qué terror, ¿no?
Como en todos los campos científicos, la geriatría y la neurología avanzan a pasos agigantados (en los países que invierten en I+D). Espero que pronto den con la solución para esta enfermedad, para quien la quiera. No dejo de pensar que, en algunos casos, el Alzheimer debe ser hasta bueno: recordar la infancia, la juventud, la parte buena de la vida... Y no ser consciente de que has tenido hijos que no van a verte, o de todo lo malo que te ha ido sucediendo en los últimos años. Ni siquiera ser consciente de que estás en una residencia. No dudo que habrá algún caso que quiera que le dejen ahí, calentito.
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