Tantos dolores, durante tantos días. En la cadera, en los hombros, en las manos, los codos, los pies, las rodillas, la mandíbula, el ojo, las muñecas, los talones...
La fiebre, que viene y va como Pedro por su casa.
La cojera: no puedo caminar como antes, "marcando ritmo" con mis tacones, no puedo bailar, ni siquiera aguanto caminatas. De hecho, ni siquiera puedo salir de casa todos los días.
Me estoy deformando: me voy encorvando, lo noto... Mientras no vuelva a pilates, voy a tener que volver a mis adorados tirantes ortopédicos... aún así, la parte del cuello tira hacia delante. Cuando me doy cuenta lo corrijo, pero no siempre me doy cuenta...
La mandíbula: los primeros movimientos para masticar después de algunas horas sin comer me provocan dolor, escalofríos...
La morfina tiene unos efectos secundarios inmediatos jodidos. Vale que el principal efecto secundario es bueno: hace que el nivel de dolor sea soportable. Pero los demás... no me centro, los nervios los tengo desquiciados (según en qué formato la tome, me altera o me relaja), la boca seca, el cuerpo hinchado...
El ojo me tiene harta. Duele, se reseca... y para eso no tengo tratamiento, de momento.
La artrosis complementaria en las rodillas, saber que ese dolor está indicando que, dentro de no mucho, tal como me dijo el traumatólogo, serán prótesis. A mi edad tendría que ponerme prótesis en las tetas, no en las rodillas.
Saber que todo esto va a ir a más, a peor. Que no existe esa frase agarradera "cuando me ponga bien". No. No me voy a poner bien. De hecho, me voy a poner peor, mejor disfruto de lo que tengo, porque en un tiempo lo echaré de menos.
Y lo que vengo a llorar hoy en concreto: las manos. Ha sido un golpe duro para mí. Me dolían bastante, sobre todo por las mañanas, desde hace bastante tiempo. Y ya es evidente que se están deformando, que cada vez están más torpes (dentro de que nunca he sido una manitas precisamente...). Y eso también va a ir a más, y es una mierda.
Y... claro, la guinda: el ánimo. Me cuesta tirar p'alante. Cuando hablo con personas cercanas intento estar de broma, que me cuenten cosas, cotilleos, lo que sea... me distrae. Me habla del mundo que no soy yo, mi ombligo y esta puta enfermedad. Pero hay días que ni para hablar con nadie tengo fuerzas, últimamente más que de costumbre. Y también soy consciente de que me hago pesada a algunas personas a las que sí llamo.
Vamos, para dar palmas.
Eso sí: hay una parte buena. Mis gatas me cuidan muy bien, pero el premio a la mejor enfermera del mundo se lo lleva, sin duda, Mariana, que no se aparta de mi lado. Que detecta, aún no sé cómo, cuándo estoy triste o cuándo aprieta el dolor, y mantiene el contacto físico, me hace cucamonas y carantoñas de lo más tierno, ronronea casi permanentemente... Sólo por esos ratitos ya casi hasta me da igual todo lo anterior.
La mandíbula: los primeros movimientos para masticar después de algunas horas sin comer me provocan dolor, escalofríos...
La morfina tiene unos efectos secundarios inmediatos jodidos. Vale que el principal efecto secundario es bueno: hace que el nivel de dolor sea soportable. Pero los demás... no me centro, los nervios los tengo desquiciados (según en qué formato la tome, me altera o me relaja), la boca seca, el cuerpo hinchado...
El ojo me tiene harta. Duele, se reseca... y para eso no tengo tratamiento, de momento.
La artrosis complementaria en las rodillas, saber que ese dolor está indicando que, dentro de no mucho, tal como me dijo el traumatólogo, serán prótesis. A mi edad tendría que ponerme prótesis en las tetas, no en las rodillas.
Saber que todo esto va a ir a más, a peor. Que no existe esa frase agarradera "cuando me ponga bien". No. No me voy a poner bien. De hecho, me voy a poner peor, mejor disfruto de lo que tengo, porque en un tiempo lo echaré de menos.
Y lo que vengo a llorar hoy en concreto: las manos. Ha sido un golpe duro para mí. Me dolían bastante, sobre todo por las mañanas, desde hace bastante tiempo. Y ya es evidente que se están deformando, que cada vez están más torpes (dentro de que nunca he sido una manitas precisamente...). Y eso también va a ir a más, y es una mierda.
Y... claro, la guinda: el ánimo. Me cuesta tirar p'alante. Cuando hablo con personas cercanas intento estar de broma, que me cuenten cosas, cotilleos, lo que sea... me distrae. Me habla del mundo que no soy yo, mi ombligo y esta puta enfermedad. Pero hay días que ni para hablar con nadie tengo fuerzas, últimamente más que de costumbre. Y también soy consciente de que me hago pesada a algunas personas a las que sí llamo.
Vamos, para dar palmas.
Eso sí: hay una parte buena. Mis gatas me cuidan muy bien, pero el premio a la mejor enfermera del mundo se lo lleva, sin duda, Mariana, que no se aparta de mi lado. Que detecta, aún no sé cómo, cuándo estoy triste o cuándo aprieta el dolor, y mantiene el contacto físico, me hace cucamonas y carantoñas de lo más tierno, ronronea casi permanentemente... Sólo por esos ratitos ya casi hasta me da igual todo lo anterior.
Podría decirte otra cosa, pero creo que lo más honesto es darte la razón: esto es una mierda pinchada en un palo!! Al menos tienes a tus gatas, es increíble cómo saben lo que nos pasa, ellas sí que tienen un sexto sentido y no las mujeres!!
ResponderEliminarYo también voy a pilates, salgo nueva!
Ánimo, a ver si le vas a pegar la depresión a la pobre Mariana y habrá que llevarla al veteriquiatra.
ResponderEliminarSé que a veces te cuesta mucho sonreír...¡pero te sale tan bien! Intenta pese a todo seguir practicando, preciosa.