Por otra parte, el trato que se les da a los animales en ella, aunque pretende tener un toque animalista, me parece cruel y poco cuidadoso.
Además, algunos perros o gatos aparecen puntualmente en la trama: explica con todo detalle cómo han llegado a la vida de la protagonista, pero una vez que cumplen con la función argumental que les está destinada, no se vuelve a hacer mención de ellos... se esfuman. Otros se mantienen sólo porque su muerte o su desaparición son claves en la resolución de la historia.
Leer acerca de una persona que, por motivos de venganzas familiares más allá de la muerte, que se le dejan como herencia, tienen problemas vecinales, me ha resultado en cierto modo familiar por mi situación actual, aunque la resolución de la protagonista me ha parecido poco práctica, nada realista, y bastante cobarde.
El final, que bien hubiera podido quedar cuadrado con soluciones que estuvieran más cerca de la realidad más habitual, es, después de una novela lenta, de fuegos artificiales y petardos. No cuadra demasiado. Los giros argumentales que da antes de todo ello le podían haber dado una salida mucho más fácil y cercana al común de los lectores.
No todas las novelas de nuestros autores de cabecera pueden ser maravillosas, eso está claro. Espero que, los libros que aún me quedan por leer de esta autora, retomen su genialidad, tanto argumental como narrativa.
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