Éste no es el primero en el que, con la excusa de una historia aparentemente lineal, toca temas de lo más variopintos, la mayoría de ellos, de los que nos afectan de cerca al
común de los mortales.
Algo así como Carmen Martín-Gaite pero a lo bruto.De hecho, en "Ácido sulfúrico" se explaya.
La historia en sí habla de "Concentración", un reality-show bastante radical, con unos límites demasiado amplios. Recrea un campo de trabajos forzados nazi. Para que resulte más creíble, los "concursantes" no lo son voluntariamente. Y las penas de muerte son reales. Los vigilantes, llamados aquí kapos, sí están allí voluntariamente.
Es el experimento de Milgram llevado a televisión.
No hay duda de que el poder emborracha. Nos hace sentirnos superiores. Un humano superior a otro. Un humano "vale más" que otro. Qué estupidez ¿verdad?
Como no podía ser de otra manera, bate récords de audiencia.
Incluso los espectadores tienen aquí un papel. No únicamente pasivo, que ya de por sí plantea un dilema moral: ¿ver este programa? ¿colaborar aumentando su audiencia? ¿ser capaz, incluso, de disfrutar viéndolo?
Así que, ¿quién es más responsable moralmente de la existencia y del éxito de este programa? ¿Los espectadores por verlo? ¿Los organizadores por idearlo y producirlo? ¿Los que participan voluntariamente como kapos, cámaras o realizadores? ¿El Gobierno por permitirlo?
Obviamente hace referencia exagerada a los realitys tipo Gran Hermano, incluso a ciertos programas "rosas". ¿Quién es el culpable del éxito de estos programas? ¿Quién el responsable moral último? ¿Quizá "la mayoría silenciosa" que no hace nada por impedir que ocurra, que, aunque horrorizada por lo que ve, se sienta delante de la tele?
Pero en estas no llega a 200 páginas la autora toca, también, otros temas peliagudos. Buena parte de ellos relacionados con "la culpa". ¿De quién es?
A pesar de datar de 2005, las referencias a la crisis económica, política y, según algunos, también de valores que nos está azotando actualmente está omnipresente en este libro. O quizá es que yo lo he querido ver así, estoy condicionada.
Las palabras con las que empieza han traído a mi mente esta situación, en concreto me han hecho pensar en la polémica Ley Mordaza:
"Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo.
No era necesaria ninguna cualificación para ser detenido. Las redadas se producían en cualquier lugar: se llevaban a todo el mundo, sin derogación posible. El único criterio era ser humano".
Algo que también está entre líneas aquí es la posición en la sociedad de cada uno: ¿Quién es el fuerte? ¿Quién el débil? ¿Depende de dónde te toque? ¿De tu actitud? ¿O hay algo más?
¿Somos lo que somos en nosotros mismos, o si nos sacan de nuestro entorno, de nuestra zona de seguridad, no somos así?
De hecho, otro de los dilemas planteados es el voto cualitativo: ¿debe valer más el voto de alguien con más formación, o el de alguien que aporte más -dinero, actividad- al conjunto social, o el de alguien poderoso, o...?
¿Quién es el culpable de nuestro comportamiento ante una situación moralmente complicada? ¿El sistema "creador" o el individuo "creado"? "Nos comportamos así porque la sociedad, el mundo es así". Muchas veces ni nos planteamos que podríamos salirnos del redil y actuar, no como se supone que se actúa en este mundo, ni siquiera como marca (cada vez más estrictamente) la ley, sino como nuestra moral nos dice que deberíamos hacer.
"Presos" y "kapos" se enfrentan a algunas situaciones que plantean este dilema. Ante ellas, pueden agachar la cabeza y pasar desapercibidos, haciendo "lo mismo que los demás", tirar de egoísmo y que cada cual pelee su supervivencia (la ley del más fuerte) o comportarse solidariamente. Pero, ay, esa solidaridad... también puede ser interesada. Una cosa es la solidaridad así, en general "con los niños de África". Otra, la solidaridad con el vecino. Nos motiva más (o menos, depende de la relación entre ambas partes) ayudar a alguien con quien tenemos relación, echar un cable al vecino es menos etéreo que donar 5€ al mes a una ONG (solución mucho más fácil y cómoda, por otro lado) y que ellos se encarguen. ¿Es esa solidaridad, en cierto modo, interesada? ¿Si no conociéramos a esa persona, pero supiéramos de sus problemas, y estuviera en nuestra mano echar un cable, la ayudaríamos igualmente?
Si esa persona en apuros no es consciente de que podemos ayudarla, no nos ve ¿también lo haríamos?
Y, hablando de culpas y moral, no podía faltar el tema teológico... Como dice la autora: "Sería fácil ser Dios si el mal no existiera, pero entonces tampoco habría ninguna necesidad de Dios".
Tampoco podía faltar el tema amoroso, romántico. Hablando de amores, de relaciones humanas, de prisioneros y kapos... también podemos plantearnos, ante ciertos pasajes de esta lectura, preguntas acerca de la naturaleza de la naturaleza del "amor verdadero", sea lo que sea eso.
El amor, de alguna manera, también te convierte en prisionero. Las relaciones sentimentales, al menos la mayoría de las que mantenemos en la sociedad tal como está ahora mismo, llevan implícito un alto grado de posesividad. El amor mejora tu vida, incluso en ciertos casos le da sentido (¿el amor o la persona amada?), te da muchas cosas... Entre ellas, una estupenda ceguera.
He dejado para el final de este ladrillo (casi estoy escribiendo yo más que la propia autora, me parece que me he liado...) mi tema predilecto entre los que ha tratado: el poder de las palabras.
Cómo una palabra puede cambiarlo todo. La palabra elegida, la dicha o la omitida, el momento y el tono en que se diga... Nos condicionan, indudablemente.
Incluso las palabras pueden cambiar cómo nos sentimos, cómo nos relacionamos con nuestro entorno. El tuteo puede implicar confianza o desprecio. Al llamar a alguien de usted, puede que estemos expresándole respeto o temor.
Incluso nuestro propio nombre. Un amasijo de letras, de sonidos, que nos resumen, incluso nos definen. Lo sentimos como si fuera nuestro y, a la vez, cada individuo fuera ESA palabra. Cuando alguien la pronuncia, nos evoca. Cuando nos despojan de él, nos sentimos perdidos. Lo dice fantásticamente la autora, que para eso es La Nothomb: "Habitar unas sílabas que forman un todo es uno de los asuntos más relevantes de esta vida".
En fin: recomiendo enfáticamente la lectura de "Ácido sulfúrico", ya sea de la historia que cuenta (muy entretenida) o de los blancos del interlineado (brutales). Aquí he intentado no hacer ningún spoiler, aunque, como se ve, lo importante en este libro (como en tantos otros) para mí no ha sido el argumento en sí, sino lo que te hace leer. Aunque no esté escrito.
Hay que ver lo que me gusta complicarme. Con lo fácil que hubiera sido, simplemente, disfrutar con la breve lectura sobre un programa de televisión.
PD: Otra collejita a Anagrama por las erratas. En este aspecto, irónicamente, son incorregibles.
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