lunes, 27 de mayo de 2013
Los libros luciérnaga
El descubrimiento de esta autora, a principios de este año, con "El gran juego", me hizo querer leer algo más suyo: muchas veces leemos algo de un autor que no conocíamos y nos encanta, pero es la excepción, y cuando probamos más, no nos gusta... En este caso, no me he equivocado al querer más, y ha vuelto a conquistarme.
"Los libros luciérnaga" tiene el mismo aroma que "El gran juego": empieza ambientado en bares, con personas que vemos cotidianamente, pero hay alguna excepción entre ellas... son personas con las que, si hablamos, encontramos un universo fascinante. Y Leticia Sánchez Ruiz es especialista en localizar a este tipo de personas. Al menos, en reflejarlas en sus historias.
Al comenzar a leer este libro, vuelve a envolverte el mismo ambiente, el mismo aroma... es como volver a casa de un buen amigo. Me gusta cuando los autores tienen una marcada identidad.
En esta historia también hay misterio, un enigma a resolver.
Sin embargo, hasta el final da la sensación de estar leyendo 3 libros diferentes: por una parte, la historia de Ulises Font y Melquíades Espí; por otra, la historia de Pian, Lucía y Ana; finalmente, la historia de Antía y Felipe. Cada una de estas historias, y en este orden, se narran en capítulos no muy largos consecutivos, aunque numerados como si tuvieran relación, como si las tres se trataran de una misma.
Y parece que lo único que las une es la definición que, en algún momento de la historia, hacen del concepto "libros luciérnaga".
Cada historia por separado tiene su interés propio, mantiene alguna intriga independiente de las demás: una historia de amor algo extraña, un reencuentro familiar con rencillas a resolver, una vida opresiva en una aldea...
Muchas veces intentamos resolver nuestro presente, o aclarar nuestro futuro, sin mirar al pasado... no al más cercano, sino quizá al remoto, donde podemos encontrar muchas explicaciones.
En definitiva, el libro me ha gustado, peeero... (ay, que si no pongo alguno no me quedo a gusto) en mi opinión, se quedan un par de hilos sueltos en esta extraña madeja: deja a un interesante personaje un poco colgado (la dueña de una pensión), y no explica cómo se salva de un incendio una fotografía importante para la resolución de la trama.
Pero el "pero" más gordo, y que más ha estropeado esta lectura (por lo demás estupenda), han sido las garrafales erratas que se han dejado. Que una se perdona, se salta; un par de ellas flojitas, pues bueno: se entienden; pero tantas, y tan, tan brutas... Ay.
viernes, 24 de mayo de 2013
Los capullos no regalan flores
De vez en cuando hay que leer algo fresquito, divertido. Y las cosas que más divierten, al final, son aquellas con las que, de alguna forma, puedes sentir cierto grado de identificación.
Cualquier chica que no se haya casado con su primer-y único-y verdadero amor ha pasado por la experiencia capullil, por lo general (bueno, y algunas de las primeras también). Y aquí están muchas de las formas que adopta un capullo reflejadas de forma realista, pero muy divertida (si lo lees desde la distancia, claro).
La conclusión final a la que llega aquí Moderna de pueblo es bastante común, me atrevería a decir que inevitable.
Entre los tipos de capullo aquí reflejados y analizados (que no están todos los que son, pero son todos los que están) me ha resultado especialmente divertido el capítulo dedicado a los Capullos Coolturetas. He reconocido en este subtipo a varias personas que no tengo muy lejos.
Realiza un minucioso estudio para poder reconocer, con pocas pistas, a cada tipo de capullo descrito, y las previsibles excusas y "faenas" a las que se arriesga una chica que intente un acercamiento... Comportamiento al que, desde luego, da pie la actitud de cazadora que quiere ser cazada que, demasiado frecuentemente, adoptamos muchas tías. Que muchos de ellos son capullos no hay duda; pero que se lo ponemos a huevo, incluso a veces lo buscamos... hay que reconocerlo.
jueves, 23 de mayo de 2013
Sobre el derecho del escritor a canibalizar la vida de los demás
Leer esta recopilación de artículos de opinión, publicados entre 1.881 y 1.889 es, por una parte curioso, y por otra descorazonador, aterrador...
Si leemos (ocultando, obviamente, la firma) casi cualquiera de estos artículos en algún medio de prensa, o un blog, a día de hoy, no nos chirría, nos parece que nos están hablando de la actualidad, especialmente en lo que a crisis económica y corrupción e ineptitud política se re fiere.
Y en este caso, por desgracia, no es por la atemporalidad de la literatura de Guy de Maupassant, sino por la permanencia y repetición cíclica de situaciones sociales y políticas.
Vamos: que no aprendemos. Que nos la dan una y otra vez, y no es que pongamos la otra mejilla, sino que ponemos la misma. Que, por mucho que nos cabreemos, que hablemos de revolución... se nos va la fuerza por la boca y, si es que conseguimos cambiar algo, en poco tiempo estamos en las mismas. Y vuelta a empezar.
En la mayoría de los artículos aquí recogidos se habla de sociopolítica, en muchos de ellos de cultura. El atractivo título de la colección se refiere a uno en concreto, "Las máscaras", en que defiende la legitimidad del autor para usar todo lo que pase ante sus sentidos para utilizarlo en su obra, eso sí, maquillándolo de tal forma que no perjudique el honor de aquellos en los que se ha inspirado, es decir: que no puedan ser reconocidos y señalados.
He estado de acuerdo con Guy de Maupassant en muchas de sus opiniones, pero no en todas. En algunas posturas me ha parecido bastante brutito, por ejemplo cuando se refiere a los más desfavorecidos (ancianos, discapacitados, enfermos, pobres...). Quizá en ese sentido sí hemos evolucionado algo ¿daremos también en esto marcha atrás? No me extrañaría.
Especialmente divertido me ha resultado leer "Nuestros optimistas", en el que invita a prohibir el pesimismo. Redacta una proposición de ley en la que incluye la obligatoriedad del optimismo a la sociedad con artículos, como por ejemplo el segundo, en el que dice:
Quizá no nos iría mal del todo si se aprobara. Total, para lo que, según queda demostrado en estos textos, sirve quejarse y lamentarse...
Si leemos (ocultando, obviamente, la firma) casi cualquiera de estos artículos en algún medio de prensa, o un blog, a día de hoy, no nos chirría, nos parece que nos están hablando de la actualidad, especialmente en lo que a crisis económica y corrupción e ineptitud política se re fiere.
Y en este caso, por desgracia, no es por la atemporalidad de la literatura de Guy de Maupassant, sino por la permanencia y repetición cíclica de situaciones sociales y políticas.
Vamos: que no aprendemos. Que nos la dan una y otra vez, y no es que pongamos la otra mejilla, sino que ponemos la misma. Que, por mucho que nos cabreemos, que hablemos de revolución... se nos va la fuerza por la boca y, si es que conseguimos cambiar algo, en poco tiempo estamos en las mismas. Y vuelta a empezar.
En la mayoría de los artículos aquí recogidos se habla de sociopolítica, en muchos de ellos de cultura. El atractivo título de la colección se refiere a uno en concreto, "Las máscaras", en que defiende la legitimidad del autor para usar todo lo que pase ante sus sentidos para utilizarlo en su obra, eso sí, maquillándolo de tal forma que no perjudique el honor de aquellos en los que se ha inspirado, es decir: que no puedan ser reconocidos y señalados.
He estado de acuerdo con Guy de Maupassant en muchas de sus opiniones, pero no en todas. En algunas posturas me ha parecido bastante brutito, por ejemplo cuando se refiere a los más desfavorecidos (ancianos, discapacitados, enfermos, pobres...). Quizá en ese sentido sí hemos evolucionado algo ¿daremos también en esto marcha atrás? No me extrañaría.
Especialmente divertido me ha resultado leer "Nuestros optimistas", en el que invita a prohibir el pesimismo. Redacta una proposición de ley en la que incluye la obligatoriedad del optimismo a la sociedad con artículos, como por ejemplo el segundo, en el que dice:
"Bajo pena de dos a veinte años de trabajos forzados, queda rigurosamente prohibido ser o parecer desgraciado, enfermo, deforme, escrofuloso, etc., perder un miembro en un accidente de coche, ferrocarril u otro, salvo que de inmediato se declare satisfecho de este suceso."
Quizá no nos iría mal del todo si se aprobara. Total, para lo que, según queda demostrado en estos textos, sirve quejarse y lamentarse...
lunes, 20 de mayo de 2013
Personitas
Por eso compré este cómic.
Pero ha resultado ser bastante flojito (al menos, en función de las expectativas que tenía al comprarlo).
He pasado ratos simpáticos leyéndolo, pero ninguno hilarante, como esperaba.
Sí, tiene alguna tira simpática, pero todos hemos escuchado alguna anécdota propia o ajena que supera a cualquiera de las que aquí se recogen.
No paraba de pensar en un caso excepcional del que suelo tener noticias, Virginia. Con sus frases lapidarias y sus salidas, deja en vergüenza cualquiera de estas tiras, incluso la mejor.
Recoge sentencias propias de los pequeños, pero hurgando un poquito seguro que hubieran podido conseguir una recopilación muchísimo mejor.
domingo, 19 de mayo de 2013
Vecinos indeseables
Somos lo peor. Cotillas, metomentodos... unos auténticos vecinos coñazo.
No conocemos nuestro propio planeta a fondo, ni lo repetamos, y ya estamos dando por saco a los demás: visitas, estudios... y ahora, hasta pretendemos colonizar. Con un par. No tenemos arreglo.
Y encima, vamos de listos: como lo que encontramos por allí no cuadra en nuestro concepto de "habitable", lo damos por inhabitable. Como la posible vida que haya por ahí (que no creo que seamos el único planeta poblado, en ésta u otra galaxia) no se parece a la nuestra, o al concepto al que creemos que debe parecerse... pues no hay. Hale. ¿Y quién nos dice que no haya una posibilidad de forma de vida en el interior de esos planetas, en lugar de en su superficie, por ejemplo?
Es como con lo de los sentidos: como los seres (terrícolas) que analizamos no tengan uno de los 5 sentidos humanos, no tienen ninguno. ¿Quién cree, a estas alturas, que los vegetales no se comunican, no sienten, no perciben? Aunque sea de forma diferente a la nuestra. ¿Quién puede negar que los animales tienen un sentido diferente a los nuestros, tan limitados, que les ayuda a saber cuándo otro ser tiene dolor, por ejemplo?
Pero así somos: antropocéntricos hasta el ridículo.
También está el factor económico: con la pasta gansa que tiene que estar costando todo esto... ¿no podrían aliviarse (si no solucionarse) las penurias que pasan muchos terrícolas (no sólo humanos)? Es insultante (para ellos, supongo).
Además, dado el carácter humano, si ya entre nosotros nos dedicamos a aniquilarnos... ¿qué pueden esperar otros seres si les descubrimos? Nada bueno.
No les hemos encontrado aún, y ya les dejamos recuerdos propios de puerta de retrete de bar de mala muerte... Como para dejarse ver.
¿Qué haríamos en ese caso? ¿Intentar comunicarnos? ¿Para qué?
No es que me parezca mal la exploración espacial, desde un punto de vista científico puede ser muy interesante. Y si nuestro fondo fuera bueno, podría ser hasta productivo para ambas partes. Pero no es así.
Y, como decía al principio... Si no conocemos bien nuestro propio planeta, si no sabemos cuidarlo y tenerlo curioso... ¿a qué vamos a otras partes?
Me recuerda este tema a una vecina que tenía cuando vivía en Madrid: su hijo tenía problemas chungos, pero ella no se daba cuenta (o hacía como que no), eso sí: sabía hasta lo que habíamos desayunado todos los demás, y no paraba de comentarlo, analizarlo, criticarlo...
¿Quién va a querer relacionarse con vecinos así?
No conocemos nuestro propio planeta a fondo, ni lo repetamos, y ya estamos dando por saco a los demás: visitas, estudios... y ahora, hasta pretendemos colonizar. Con un par. No tenemos arreglo.
Y encima, vamos de listos: como lo que encontramos por allí no cuadra en nuestro concepto de "habitable", lo damos por inhabitable. Como la posible vida que haya por ahí (que no creo que seamos el único planeta poblado, en ésta u otra galaxia) no se parece a la nuestra, o al concepto al que creemos que debe parecerse... pues no hay. Hale. ¿Y quién nos dice que no haya una posibilidad de forma de vida en el interior de esos planetas, en lugar de en su superficie, por ejemplo?
Es como con lo de los sentidos: como los seres (terrícolas) que analizamos no tengan uno de los 5 sentidos humanos, no tienen ninguno. ¿Quién cree, a estas alturas, que los vegetales no se comunican, no sienten, no perciben? Aunque sea de forma diferente a la nuestra. ¿Quién puede negar que los animales tienen un sentido diferente a los nuestros, tan limitados, que les ayuda a saber cuándo otro ser tiene dolor, por ejemplo?
Pero así somos: antropocéntricos hasta el ridículo.
También está el factor económico: con la pasta gansa que tiene que estar costando todo esto... ¿no podrían aliviarse (si no solucionarse) las penurias que pasan muchos terrícolas (no sólo humanos)? Es insultante (para ellos, supongo).
Además, dado el carácter humano, si ya entre nosotros nos dedicamos a aniquilarnos... ¿qué pueden esperar otros seres si les descubrimos? Nada bueno.
No les hemos encontrado aún, y ya les dejamos recuerdos propios de puerta de retrete de bar de mala muerte... Como para dejarse ver.
¿Qué haríamos en ese caso? ¿Intentar comunicarnos? ¿Para qué?
No es que me parezca mal la exploración espacial, desde un punto de vista científico puede ser muy interesante. Y si nuestro fondo fuera bueno, podría ser hasta productivo para ambas partes. Pero no es así.
Y, como decía al principio... Si no conocemos bien nuestro propio planeta, si no sabemos cuidarlo y tenerlo curioso... ¿a qué vamos a otras partes?
Me recuerda este tema a una vecina que tenía cuando vivía en Madrid: su hijo tenía problemas chungos, pero ella no se daba cuenta (o hacía como que no), eso sí: sabía hasta lo que habíamos desayunado todos los demás, y no paraba de comentarlo, analizarlo, criticarlo...
¿Quién va a querer relacionarse con vecinos así?
sábado, 18 de mayo de 2013
La cosecha de Samhein
En este blog voy escribiendo mis opiniones sobre bastantes de los libros que me leo.
En este caso voy a ir un poco más lejos, porque cuando terminé de leerlo (entre unas cosas y otras he tardado más de lo normal), no sólo tenía la certeza de que me había gustado (¡y quería más!), sino de que había leído un buen libro. Es decir, ya no es sólo algo subjetivo, aunque sólo de mi subjetividad voy a hablar, que no doy para mucho más...
En teoría se trata de un libro juvenil, y la historia puede cuadrar en esa definición, pero los detalles lo sitúan con un pie en lo juvenil y el otro (si sólo tiene dos, que en Rocavarancolia nunca se sabe...) en lo adulto.
Es una historia fantástica, en la que unos niños terrícolas son convencidos para ir a poblar y arreglar Rocavarancolia, una ciudad mágica que se encuentra en otro plano, y en la que los peligros son constantes, y los elementos a los que tendrán que hacer frente, muy duros. Está devastada por una guerra mágica, que mantiene una álgida lucha de poder entre los pocos habitantes (y gestores) que quedan en ella.
La compuerta entre ambos mundos sólo se abre una vez al año, por lo que, en caso de que quieran (y puedan) volver, tendrán que esperar todo ese tiempo, y sobrevivir.
Tendrán que cambiar de mentalidad para acostumbrarse a lo mágico, y madurar para hacer frente a las situaciones que se les presentan. Ahí entra una dualidad complicada: deberán rescatar la parte de ellos que aún cree en la magia y la puede llegar a comprender y racionalizar, pero por otra parte deberán ser autosuficientes, sin adultos que les cuiden.
Éste es el primer libro de la trilogía de "El ciclo de la Luna Roja" (que, desde luego, pienso completar), por lo que es, en buena parte, presentación: de personajes, de situaciones, de escenarios... Quizá ello lo haga algo lento (al menos para mí: tengo una mente con una imaginación tullida, así que cuando leo descripciones extensas me cuesta hacer el dibujo mental).
Me ha encantado la forma de narrar de José Antonio Cotrina, muy cuidada, meditada, aunque fluida. Quizá alguna "palabreja" poco común, por lo que, si no se tiene un vocabulario amplio, es mejor tener cerca un diccionario. No es vital para la comprensión global, pero nunca está de más conocer nuevas palabras, aunque no sean frecuentes en la vida cotidiana, ni en muchos libros.
Tengo ganas de leer "Los hijos de las tinieblas", la siguiente en la trilogía, por saber cómo continúa la historia y porque, además, me han soplado que es mucho más ágil, tiene más acción.
A pesar de la crueldad del mundo que se plantea (suele tirarme para atrás), está tratada con delicadeza, no es gore, tiene un punto de análisis humano muy interesante. Tendré que colarlo en la pila...
En este caso voy a ir un poco más lejos, porque cuando terminé de leerlo (entre unas cosas y otras he tardado más de lo normal), no sólo tenía la certeza de que me había gustado (¡y quería más!), sino de que había leído un buen libro. Es decir, ya no es sólo algo subjetivo, aunque sólo de mi subjetividad voy a hablar, que no doy para mucho más...
En teoría se trata de un libro juvenil, y la historia puede cuadrar en esa definición, pero los detalles lo sitúan con un pie en lo juvenil y el otro (si sólo tiene dos, que en Rocavarancolia nunca se sabe...) en lo adulto.
Es una historia fantástica, en la que unos niños terrícolas son convencidos para ir a poblar y arreglar Rocavarancolia, una ciudad mágica que se encuentra en otro plano, y en la que los peligros son constantes, y los elementos a los que tendrán que hacer frente, muy duros. Está devastada por una guerra mágica, que mantiene una álgida lucha de poder entre los pocos habitantes (y gestores) que quedan en ella.
La compuerta entre ambos mundos sólo se abre una vez al año, por lo que, en caso de que quieran (y puedan) volver, tendrán que esperar todo ese tiempo, y sobrevivir.
Tendrán que cambiar de mentalidad para acostumbrarse a lo mágico, y madurar para hacer frente a las situaciones que se les presentan. Ahí entra una dualidad complicada: deberán rescatar la parte de ellos que aún cree en la magia y la puede llegar a comprender y racionalizar, pero por otra parte deberán ser autosuficientes, sin adultos que les cuiden.
Éste es el primer libro de la trilogía de "El ciclo de la Luna Roja" (que, desde luego, pienso completar), por lo que es, en buena parte, presentación: de personajes, de situaciones, de escenarios... Quizá ello lo haga algo lento (al menos para mí: tengo una mente con una imaginación tullida, así que cuando leo descripciones extensas me cuesta hacer el dibujo mental).
Me ha encantado la forma de narrar de José Antonio Cotrina, muy cuidada, meditada, aunque fluida. Quizá alguna "palabreja" poco común, por lo que, si no se tiene un vocabulario amplio, es mejor tener cerca un diccionario. No es vital para la comprensión global, pero nunca está de más conocer nuevas palabras, aunque no sean frecuentes en la vida cotidiana, ni en muchos libros.
Tengo ganas de leer "Los hijos de las tinieblas", la siguiente en la trilogía, por saber cómo continúa la historia y porque, además, me han soplado que es mucho más ágil, tiene más acción.
A pesar de la crueldad del mundo que se plantea (suele tirarme para atrás), está tratada con delicadeza, no es gore, tiene un punto de análisis humano muy interesante. Tendré que colarlo en la pila...
sábado, 4 de mayo de 2013
Viví años de tormenta
Vuelve a narrar Fernando Schwartz en primera persona femenina, al igual que en El cuenco de laca.
En este caso, se desenvuelve mucho mejor, porque se trata de una chica española, hija de un importante diplomático, ámbito que, por supuesto, controla a la perfección.
Combina dos tiempos de su vida, que alterna entre capítulos: por una parte, la década de los '70, que coincidieron con la época universitaria de Lola, la protagonista; por otra, el presente, en el que se ve envuelta en un grave problema profesional, pero, como siempre, no cuando cambiamos de etapa hacemos borrón y cuenta nueva: intervienen también en este problema fantasmas y personas de aquellos años, pasándole factura o apoyándola, según.
Me ha dado la impresión, leyendo este libro, de que a Fernando Schwartz le impresionó tanto como a mí "Wit", obra que vimos el mismo día (que no juntos, sólo coincidí con él a la salida del teatro) representada maravillosamente por Rosa María Sardá.
Y es que en este libro toca temas bastante espinosos moralmente: desde la política (en los años que relata más revuelta que nunca) hasta la libertad, pasando por el aborto, la familia, ETA y, por supuesto, la eutanasia y los cuidados paliativos (temática principal de Wit).
En alguno de ellos he estado de acuerdo con Lola, y en otros en absoluto. Pero precisamente eso es lo bueno de tener libertad: haber podido leer su opinión y expresar la mía sin problemas.
Como digo, tiene de todo: temas morales, familia, política, amor, relaciones con nuestro entorno y sus ideologías (no siempre cercanas a las nuestras)... dilemas que la mayoría nos encontramos, en mayor o menor grado, a lo largo de nuestra vida, haciendo la historia muy cercana y consiguiendo, con ello, implicación del lector en el argumento ya sea por estar de acuerdo o por no estarlo.
Además (ahora voy a presumir) tengo este ejemplar firmado por el autor, de la feria del libro del año pasado. No voy a volver a poner la foto que eso ya es cansinismo, la he puesto algunas veces por aquí. Estoy muy orgullosa de ella y espero que se repita un encuentro (y si es más largo aún, mejor) en breve, ya que el autor siempre me ha resultado un hombre fascinante; pero, a medida que leo nuevos libros suyos, esa admiración aumenta.
En este caso, se desenvuelve mucho mejor, porque se trata de una chica española, hija de un importante diplomático, ámbito que, por supuesto, controla a la perfección.
Combina dos tiempos de su vida, que alterna entre capítulos: por una parte, la década de los '70, que coincidieron con la época universitaria de Lola, la protagonista; por otra, el presente, en el que se ve envuelta en un grave problema profesional, pero, como siempre, no cuando cambiamos de etapa hacemos borrón y cuenta nueva: intervienen también en este problema fantasmas y personas de aquellos años, pasándole factura o apoyándola, según.
Me ha dado la impresión, leyendo este libro, de que a Fernando Schwartz le impresionó tanto como a mí "Wit", obra que vimos el mismo día (que no juntos, sólo coincidí con él a la salida del teatro) representada maravillosamente por Rosa María Sardá.
Y es que en este libro toca temas bastante espinosos moralmente: desde la política (en los años que relata más revuelta que nunca) hasta la libertad, pasando por el aborto, la familia, ETA y, por supuesto, la eutanasia y los cuidados paliativos (temática principal de Wit).
En alguno de ellos he estado de acuerdo con Lola, y en otros en absoluto. Pero precisamente eso es lo bueno de tener libertad: haber podido leer su opinión y expresar la mía sin problemas.
Como digo, tiene de todo: temas morales, familia, política, amor, relaciones con nuestro entorno y sus ideologías (no siempre cercanas a las nuestras)... dilemas que la mayoría nos encontramos, en mayor o menor grado, a lo largo de nuestra vida, haciendo la historia muy cercana y consiguiendo, con ello, implicación del lector en el argumento ya sea por estar de acuerdo o por no estarlo.
Además (ahora voy a presumir) tengo este ejemplar firmado por el autor, de la feria del libro del año pasado. No voy a volver a poner la foto que eso ya es cansinismo, la he puesto algunas veces por aquí. Estoy muy orgullosa de ella y espero que se repita un encuentro (y si es más largo aún, mejor) en breve, ya que el autor siempre me ha resultado un hombre fascinante; pero, a medida que leo nuevos libros suyos, esa admiración aumenta.
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