Vuelve a narrar Fernando Schwartz en primera persona femenina, al igual que en El cuenco de laca.
En este caso, se desenvuelve mucho mejor, porque se trata de una chica española, hija de un importante diplomático, ámbito que, por supuesto, controla a la perfección.
Combina dos tiempos de su vida, que alterna entre capítulos: por una parte, la década de los '70, que coincidieron con la época universitaria de Lola, la protagonista; por otra, el presente, en el que se ve envuelta en un grave problema profesional, pero, como siempre, no cuando cambiamos de etapa hacemos borrón y cuenta nueva: intervienen también en este problema fantasmas y personas de aquellos años, pasándole factura o apoyándola, según.
Me ha dado la impresión, leyendo este libro, de que a Fernando Schwartz le impresionó tanto como a mí "Wit", obra que vimos el mismo día (que no juntos, sólo coincidí con él a la salida del teatro) representada maravillosamente por Rosa María Sardá.
Y es que en este libro toca temas bastante espinosos moralmente: desde la política (en los años que relata más revuelta que nunca) hasta la libertad, pasando por el aborto, la familia, ETA y, por supuesto, la eutanasia y los cuidados paliativos (temática principal de Wit).
En alguno de ellos he estado de acuerdo con Lola, y en otros en absoluto. Pero precisamente eso es lo bueno de tener libertad: haber podido leer su opinión y expresar la mía sin problemas.
Como digo, tiene de todo: temas morales, familia, política, amor, relaciones con nuestro entorno y sus ideologías (no siempre cercanas a las nuestras)... dilemas que la mayoría nos encontramos, en mayor o menor grado, a lo largo de nuestra vida, haciendo la historia muy cercana y consiguiendo, con ello, implicación del lector en el argumento ya sea por estar de acuerdo o por no estarlo.
Además (ahora voy a presumir) tengo este ejemplar firmado por el autor, de la feria del libro del año pasado. No voy a volver a poner la foto que eso ya es cansinismo, la he puesto algunas veces por aquí. Estoy muy orgullosa de ella y espero que se repita un encuentro (y si es más largo aún, mejor) en breve, ya que el autor siempre me ha resultado un hombre fascinante; pero, a medida que leo nuevos libros suyos, esa admiración aumenta.
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