La bofetada más graciosa y más dulce
que me han dado nunca.
Anoche estuvimos (oooootra vez) en el Alameda, viendo el estreno en Málaga de Shirley Valentine. Y no se arrepentirá quien me haga caso y, cuando esta Obra (con mayúsculas) pase por su ciudad (o cerca), vaya a verla.
Es un monólogo, de esos que no puede hacer cualquier actor: se requieren muchas tablas, maestría y un don especial para estar sola en un escenario durante casi 2 horas, no aburrir, y conectar con el público.
Además, el personaje protagonista es perfecto para Verónica Forqué: no podría haberlo hecho otra. Imposible. Intento imaginar a cualquier otra gran actriz de las que tenemos en España encarnando a Shirley Valentine y... no. Es que no me cuadra ninguna otra.
El argumento (intentaré, como siempre, no revelar mucho) se ocupa de un ama de casa de Liverpool que lleva una vida vacía, y que no se parece en nada a la joven que fue. Las circunstancias ponen en su mano una oportunidad de dar un giro, y ella la aprovecha. Y hasta aquí puedo leer.
Te ríes. Te ríes hasta que se te saltan las lágrimas, así que quien se pinte para ir, mejor con waterproof. Y no sólo por las risas, que son carcajadas de esas que te salen del alma, es RISA DE VERDAD. Entre carcajada y carcajada, asoma ese vacío del que hablaba, y eso es triste, por mucha Verónica Forqué que te lo cuente.
Y entre carcajada y carcajada, Shirley Valentine da una lección a quien la escucha de esas que te dan vueltas y vueltas por dentro durante días. O más. Sales del teatro con una gran sonrisa, recordando los puntazos humorísticos y volviendo a reír. Pero detrás de esa carcajada hay algo más. Hay una bolita que se está formando. Es como si aprovecharan cuando te ríes a carcajadas que tienes la boca abierta y te metieran una pildorita. Y esa pildorita empieza a crecer dentro de uno al final de la obra. Lo bueno es que deja de crecer cuando cada uno quiere. Habrá quien haya impedido hasta que empiece a crecer. Pero habrá quien la haya dejado hacerse grandota dentro de sí, y esas carcajadas de una obra de teatro que vio un día se hayan convertido en una gran sonrisa por el cambio que le hizo hacer. Quién sabe.
Yo, de momento, la estoy dejando crecer. A ver hasta dónde llega.
Una canción que no deja de darme vueltas desde que vi la obra (a parte de la discografía de los Beatles, que suena en los ratos de espera para regocijo de los que, como a mí, nos gustan):
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=U8VHc49ZdP4
Ah, también quiero añadir que ayer volví a verla. Y... algún día, cuando vuelva a sonar un móvil en una representación teatral y además se tenga la poca vergüenza de contestar la llamada, me voy a quedar con la cara de quien sea y le voy a esperar a la salida.
ResponderEliminarCon el bastón.
Yo estoy completamente de acuerdo con todo lo que dices, pero dado que mi salto a Grecia lo dí hace años, sólo puedo intentar recordar el momento (trozo grande de Vida) anterior a dar el salto con esta obra y me hace sentir muy bien, a pesar de lo mal que se pasa.
ResponderEliminarTambién puedo decirte que desde la distancia en el tiempo me he reido mucho, pero también he llorado, y lo más llamativo! he llorando riéndome mogollón con el final de la obra.
Por cierto, nunca había visto nada de Verónica Forqué, y me ha encantado. Y al tener oportunidad de tratar directamente como persona, durante un escaso minuto, con ella, también me ha encantado. Me ha parecido de esos seres a los que les das las gracias por ser como són, y por favorecer que el Amor y la Armonia, sigan existiendo entre los seres humanos.