Qué mal rollo me dio, cuando empecé a leer este libro, el formato saramaniego de los diálogos...
Me desinfló por completo.
Pero, según avanzaba en la lectura (cosa que me planteé seriamente si hacer o no, tal es mi repulsa hacia ese tipo de diálogos) iba comprendiendo que, para que la sensación de opresión y paranoia creciente fuera total, era necesario que estuvieran así plasmados.
A pesar de que el título pueda sugerir otra línea argumental, esta historia habla de la esclavitud moral (no la económica que ahora se impone) que implican algunas profesiones, algunos puestos de trabajo.
Cuánto puede llegar a depender la vida laboral, el prestigio profesional y hasta la autoestima y el propio estilo de vida de un trabajador, de las decisiones, palmaditas en la espalda (o puñaladitas) de un compañero o un jefe. Hasta qué punto pueden acercar a una persona que no tiene otra cosa que su profesión (o que ha basado su vida en ella) a la locura, a la dependencia absoluta. Y cómo puede un ambiente de trabajo demasiado "compadrero" desviar las decisiones empresariales al terreno más personal y/o pelotillero, perdiendo de vista el que se supone objetivo último de una empresa: la productividad, la profesionalidad.
Habla también de esas rachas, más o menos largas, que todo artista tiene de sequía, de vacío absoluto, y cuánto tienen que ver con su vida, con lo que le rodea, con su estado anímico y mental.
La trama engancha, es intrigante, te hace gritarle al protagonista "¡Pero haz esto!" "¡Di lo otro!" "¡¡No te fíes de esa persona!!"... hasta que, en el desenlace, que ocurre en la segunda mitad del último párrafo, sólo se le puede decir: "¡...Pero... ¡¿ ?!!".
Vamos, que al final me ha gustado el libro y todo ;)
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