martes, 21 de enero de 2014

Opiniones

Todos sabemos eso de que "son como los culos": todo el mundo tiene una, y cree que es la más importante.
Hace tiempo que quiero escribir sobre este tema (para desfogarme, para plasmarlo en palabras y así intentar comprenderlo mejor, como siempre), y últimamente cada vez más, pero antes de hablar de esto, quería comentar el tema de los ombligos, que llevaba barruntando hace tiempo también, y está bastante relacionado.

A pesar de la supuesta libertad de expresión y opinión, no siempre se respeta el derecho a opinar y argumentar. Y no hablo de la ley, sino del día a día. Es algo que llevo observando bastante tiempo. No sólo públicamente (en el Congreso, en la televisión, en tertulias de radio...) sino entre "particulares", en conversaciones de temas calientes con amigos, en foros de opinión, incluso en blogs o páginas de noticias que admiten comentarios.
Últimamente esto se ha hecho más patente: la actualidad, especialmente política, lo pone en bandeja. Uno de los temas que más ampichas está levantando es la nueva ley del aborto que pretenden aprobar.
En un blog que hablaba acerca de ello, he llegado a leer un comentario en el que a alguien, por decir que estaba en contra del aborto, se le ha llamado de fascista en adelante. Incluso he leído, a personas de una u otra idea, decir a quien pensaba de la forma "contraria" que gente así no debería existir, y deberían morir. Lo peor es que me ha dado la sensación de que REALMENTE desean esas muertes. O, al menos, si no tanto, sí que les gustaría que no existiesen personas que piensen de esa "otra" manera.
A este respecto recuerdo que, al leer un comentario sobre este tema, se me alzó una ceja... Alguien que se autoproclamaba "provida" decía que todas las que iban a abortar deberían morir en la operación. Aún no lo he digerido, creo que hay algo que no entendí.

Hasta tal punto llega nuestro fanatismo (y hablo en segunda persona del plural porque también hay temas con los que yo me obceco), que llegamos a la maldad: he escuchado algunos comentarios sobre el cáncer de Pedro Zerolo o los que, en su día, provocaron el accidente de Cristina Cifuentes o el accidentado vuelo en helicóptero de Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy que me han hecho sentir vergüenza ajena, por decirlo suavemente. Alegrarse de algo así, sólo porque le ha ocurrido a alguien que tiene una ideología diferente a la tuya, lo siento, pero es maldad. No es de recibo. Desea que se retiren de la política, que se dediquen a otra cosa... Pero no un cáncer o la muerte. No. Eso es cruzar un límite muy chungo.

Pero esto no sólo ocurre hablando del aborto: cualquier tema que levante pasiones (religión, temas políticos, incluso fútbol...) puede hacernos decir auténticas barbaridades, que no sé si expresan lo que realmente sentimos o pensamos, o son fruto del calentón del momento. Espero, de corazón, que sea esto último.

Esta "censura" llega hasta el punto de que si, en una conversación de cualquiera de estos temas entre amigos, se da el caso, por ejemplo, de que estás de acuerdo con lo que ha dicho un personaje público, pero la mayoría no... Es mejor que te calles mientras todos le ponen a parir, salvo que quieras ser lapidado, incluso perder amistades. ¿Estamos tontos o qué?

Hay algo que me reconcome especialmente, y está basado en mi experiencia personal. Espero que se deba sólo a que he tenido mala suerte, y no sea lo habitual. Salvo algún "extraviao", por lo general, los defensores de la libertad de una mujer a la hora de decidir un aborto son los defensores de las libertades en general. La de opinión incluida. Pero se ve que no.  Al menos, insisto, según mi experiencia.
En algunas conversaciones en las que he participado, o que simplemente he podido presenciar, sobre algún tema espinoso, en las que había tanto defensores como detractores de un determinado punto de vista, los más intransigentes eran los "liberales". También se da el caso de personas conservadoras con esta cerrazón, pero me llama mucho más la atención de alguien que se define como liberal. Incluso, cerca de mí hay gente con esta orientación ideológica que no se relaciona con X persona porque "son cerriles" (vamos, que no se han dejado convencer de su punto de vista), incluso "son unos fachas" (traducción: tienen una forma de ver las cosas más conservadora). Ellos pierden. Sobre todo, por esa negativa a no sólo respetar, sino estar abiertos a que cierta forma de ver o hacer las cosas no sólo es posible, sino en algunos casos quizá sea más efectiva que la que ellos propondrían.

Por lo general, me gusta presenciar, incluso participar, en discusiones respetuosas sobre temas "calientes": en ellas se aprende mucho, sobre todo si participan personas bien informadas del tema que se trate. Además, me ayudan a formar mi propia opinión respecto a algunos temas (tengo un buen cacao ideológico: no me siento "liberal" ni "conservadora". En algunos casos creo que unos tienen razón, y en otros creo que lo que dice la otra parte se acerca más a lo que yo pienso). Pero pocas veces tengo esta oportunidad. Enseguida salen los "facha", los "rojo"... y en ese momento me doy por vencida: no voy a tener la oportunidad de escuchar puntos de vista razonados e interesantes (esté de acuerdo con ellos o no).

jueves, 16 de enero de 2014

Ácido sulfúrico

Nueva sacudida. Salvo con "Biografía del hambre", en distintos grados cada libro que he leído de Nothomb ha sido un zarandeo mental.

Éste no es el primero en el que, con la excusa de una historia aparentemente lineal, toca temas de lo más variopintos, la mayoría de ellos, de los que nos afectan de cerca al
común de los mortales. 
Algo así como Carmen Martín-Gaite pero a lo bruto.

De hecho, en "Ácido sulfúrico" se explaya.
La historia en sí habla de "Concentración", un reality-show bastante radical, con unos límites demasiado amplios. Recrea un campo de trabajos forzados nazi. Para que resulte más creíble, los "concursantes" no lo son voluntariamente. Y las penas de muerte son reales. Los vigilantes, llamados aquí kapos, sí están allí voluntariamente.
Es el experimento de Milgram llevado a televisión.
No hay duda de que el poder emborracha. Nos hace sentirnos superiores. Un humano superior a otro. Un humano "vale más" que otro. Qué estupidez ¿verdad?
Como no podía ser de otra manera, bate récords de audiencia.

Incluso los espectadores tienen aquí un papel. No únicamente pasivo, que ya de por sí plantea un dilema moral: ¿ver este programa? ¿colaborar aumentando su audiencia? ¿ser capaz, incluso, de disfrutar viéndolo?
Así que, ¿quién es más responsable moralmente de la existencia y del éxito de este programa? ¿Los espectadores por verlo? ¿Los organizadores por idearlo y producirlo? ¿Los que participan voluntariamente como kapos, cámaras o realizadores? ¿El Gobierno por permitirlo?
Obviamente hace referencia exagerada a los realitys tipo Gran Hermano, incluso a ciertos programas "rosas". ¿Quién es el culpable del éxito de estos programas? ¿Quién el responsable moral último? ¿Quizá "la mayoría silenciosa" que no hace nada por impedir que ocurra, que, aunque horrorizada por lo que ve, se sienta delante de la tele?

Pero en estas no llega a 200 páginas la autora toca, también, otros temas peliagudos. Buena parte de ellos relacionados con "la culpa". ¿De quién es?

A pesar de datar de 2005, las referencias a la crisis económica, política y, según algunos, también de valores que nos está azotando actualmente está omnipresente en este libro. O quizá es que yo lo he querido ver así, estoy condicionada.
Las palabras con las que empieza han traído a mi mente esta situación, en concreto me han hecho pensar en la polémica Ley Mordaza:
"Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo.
No era necesaria ninguna cualificación para ser detenido. Las redadas se producían en cualquier lugar: se llevaban a todo el mundo, sin derogación posible. El único criterio era ser humano".

Algo que también está entre líneas aquí es la posición en la sociedad de cada uno: ¿Quién es el fuerte? ¿Quién el débil? ¿Depende de dónde te toque? ¿De tu actitud? ¿O hay algo más?
¿Somos lo que somos en nosotros mismos, o si nos sacan de nuestro entorno, de nuestra zona de seguridad, no somos así?
De hecho, otro de los dilemas planteados es el voto cualitativo: ¿debe valer más el voto de alguien con más formación, o el de alguien que aporte más -dinero, actividad- al conjunto social, o el de alguien poderoso, o...?
¿Quién es el culpable de nuestro comportamiento ante una situación moralmente complicada? ¿El sistema "creador" o el individuo "creado"? "Nos comportamos así porque la sociedad, el mundo es así". Muchas veces ni nos planteamos que podríamos salirnos del redil y actuar, no como se supone que se actúa en este mundo, ni siquiera como marca (cada vez más estrictamente) la ley, sino como nuestra moral nos dice que deberíamos hacer.

"Presos" y "kapos" se enfrentan a algunas situaciones que plantean este dilema. Ante ellas, pueden agachar la cabeza y pasar desapercibidos, haciendo "lo mismo que los demás", tirar de egoísmo y que cada cual pelee su supervivencia (la ley del más fuerte) o comportarse solidariamente. Pero, ay, esa solidaridad... también puede ser interesada. Una cosa es la solidaridad así, en general "con los niños de África". Otra, la solidaridad con el vecino. Nos motiva más (o menos, depende de la relación entre ambas partes) ayudar a alguien con quien tenemos relación, echar un cable al vecino es menos etéreo que donar 5€ al mes a una ONG (solución mucho más fácil y cómoda, por otro lado) y que ellos se encarguen. ¿Es esa solidaridad, en cierto modo, interesada? ¿Si no conociéramos a esa persona, pero supiéramos de sus problemas, y estuviera en nuestra mano echar un cable, la ayudaríamos igualmente?
Si esa persona en apuros no es consciente de que podemos ayudarla, no nos ve ¿también lo haríamos?

Y, hablando de culpas y moral, no podía faltar el tema teológico... Como dice la autora: "Sería fácil ser Dios si el mal no existiera, pero entonces tampoco habría ninguna necesidad de Dios".

Tampoco podía faltar el tema amoroso, romántico. Hablando de amores, de relaciones humanas, de prisioneros y kapos... también podemos plantearnos, ante ciertos pasajes de esta lectura, preguntas acerca de la naturaleza de la naturaleza del "amor verdadero", sea lo que sea eso.
El amor, de alguna manera, también te convierte en prisionero. Las relaciones sentimentales, al menos la mayoría de las que mantenemos en la sociedad tal como está ahora mismo, llevan implícito un alto grado de posesividad. El amor mejora tu vida, incluso en ciertos casos le da sentido (¿el amor o la persona amada?), te da muchas cosas... Entre ellas, una estupenda ceguera.

He dejado para el final de este ladrillo (casi estoy escribiendo yo más que la propia autora, me parece que me he liado...) mi tema predilecto entre los que ha tratado: el poder de las palabras.
Cómo una palabra puede cambiarlo todo. La palabra elegida, la dicha o la omitida, el momento y el tono en que se diga... Nos condicionan, indudablemente.
Incluso las palabras pueden cambiar cómo nos sentimos, cómo nos relacionamos con nuestro entorno. El tuteo puede implicar confianza o desprecio. Al llamar a alguien de usted, puede que estemos expresándole respeto o temor.
Incluso nuestro propio nombre. Un amasijo de letras, de sonidos, que nos resumen, incluso nos definen. Lo sentimos como si fuera nuestro y, a la vez, cada individuo fuera ESA palabra. Cuando alguien la pronuncia, nos evoca. Cuando nos despojan de él, nos sentimos perdidos. Lo dice fantásticamente la autora, que para eso es La Nothomb: "Habitar unas sílabas que forman un todo es uno de los asuntos más relevantes de esta vida".

En fin: recomiendo enfáticamente la lectura de "Ácido sulfúrico", ya sea de la historia que cuenta (muy entretenida) o de los blancos del interlineado (brutales). Aquí he intentado no hacer ningún spoiler, aunque, como se ve, lo importante en este libro (como en tantos otros) para mí no ha sido el argumento en sí, sino lo que te hace leer. Aunque no esté escrito.


Hay que ver lo que me gusta complicarme. Con lo fácil que hubiera sido, simplemente, disfrutar con la breve lectura sobre un programa de televisión.

PD: Otra collejita a Anagrama por las erratas. En este aspecto, irónicamente, son incorregibles.

miércoles, 15 de enero de 2014

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero

Bajo este título podrían, fácilmente, estar varios relatos de humor. Pero nada más lejos: son 20 historias, 20 tristes historias reales, de pacientes con enfermedades neurológicas de todo tipo.
No es, por tanto, un libro de ficción. Tampoco es una lectura triste, ni dramática: el acertado enfoque que le da es optimista y hasta simpático en algunos casos. Simplemente son historiales médicos redactados de forma que cualquiera pueda comprenderlos e implicarse en ellos, como en un relato cualquiera.
Quizá yo los he leído con más interés no sólo porque el tema de siempre me ha atraído (las maravillas de nuestra mente, y hasta dónde puede conducirnos un ligero, milimétrico fallo), sino por los efectos a este nivel que han tenido en mí diversos tratamientos. Os aseguro que da mucho miedo, ya no sólo hasta dónde te puede llevar si evoluciona, sino "quedarte así", simplemente.

Me ha gustado el trato que les da el neurólogo - autor: con cariño, con respeto y ante todo con interés por buscar un tratamiento y que éste tenga las mínimas repercusiones posibles en el paciente (sí, se ve que existen...).

Resalto una cita de Nietzsche que menciona en una de estas historias, una que habla acerca de un paciente con síndrome de Tourette: "He atravesado varios géneros de salud y sigo atravesándolos. Y en cuanto a la enfermedad: ¿no nos sentimos casi tentados a preguntarnos si podríamos arreglárnoslas sin ella? Sólo el gran dolor libera de verdad el espíritu."

Pero la parte que más me ha gustado, por el delicado trato que le da, es la cuarta, la que dedica a lo que él llama "El mundo de los simples". Es decir: los "idiotas", "tontos" o "subnormales" para mucha (demasiada) gente.
A pesar de que el autor reconoce que en un principio le producían cierto rechazo (¿condicionamiento social?), tras tratar con ellos (que suele ser el tratamiento en la mayoría de los casos... no para los "simples", sino para quienes les considera, despectivamente, "subnormales") se dio cuenta de que, a pesar de sus limitaciones (¿quién no las tiene?), tenían áreas en las que podían aportar mucho. Muchísimo. Llegando a ser artistas en algunos casos.