Resumen tras la lectura: Buffff.
No sé si recomendar su lectura o no, sinceramente.
Por una parte, es un libro muy, muy bueno. De los que, supongo, se convertirán en clásicos con el tiempo.
Por otra, su lectura es agobiante, consigue que te sientas realmente mal. En mi caso, ha conseguido incluso que tenga pesadillas y me ponga a gritar de madrugada. Hasta ese punto se mete en tu subconsciente. Supongo que también ha influido para esto la época en que nos encontramos, no tan apocalíptica como el libro pinta, pero desde luego, no es una situación que se vea muy lejana, o se pueda considerar de "ciencia ficción", por desgracia.
Hay que escribir muy, muy bien para transmitir al lector con esa intensidad semejante sensación de miedo, de soledad y aislamiento, de incertidumbre, de ahogo, de preocupación.
Al hojear el libro antes de leerlo, pensé que lo terminaría en un periquete: unas 200 páginas, con frecuentes pausas (marcadas con interlineado): hasta 3 por página.
Pero me ha costado 3 días, y porque me he empeñado en apurarlo para no volver a ver comprometido mi sueño (ni el de los demás, visto lo visto).
Pinta, como digo, un contexto apocalíptico, con algunos supervivientes. Pero en el que no sabes de quién puedes fiarte y de quién no, porque, como seres humanos, cuando la necesidad aprieta, somos capaces de las mayores atrocidades contra nuestros congéneres. Somos capaces de auténticas barbaridades cuando la necesidad no aprieta tanto, así que cuando nos vemos con el agua al cuello podemos transformarnos en auténticos monstruos.
Los protagonistas, padre e hijo, recorren kilómetros y kilómetros intentando sobrevivir, encontrar una esperanza, huyendo de los que puedan venir detrás con la misma necesidad (hambre, frío, enfermedad) que ellos, o con intenciones perversas aunque esas necesidades las tengan cubiertas.
Como en "
Windows on the world" esa sensación se ve agudizada por la responsabilidad del padre y la indefensión del niño. No es lo mismo intentar sobrevivir junto a cualquier otra persona, por mucho que nos importe, que intentar sobrevivir y proteger a un hijo.
Debe ser durísimo plantearse (desde la mentalidad occidental actual) que has creado una vida que, muy probablemente, no llegue a mucho más que intentar durar un día más, sin más objetivos... O, lo que es peor: una vida que no sabes si será mejor que sobreviva o no... Además, no sabes cuánto estarás a su lado para protegerle... Es, digamos, la vida misma llevada a su extremo más dramático, si lo piensas bien.
Con ese pánico contrasta la ingenuidad infantil, la solidaridad innata, el despertar brusco y durísimo del niño.
Dos planteamientos opuestos obligados a convivir, pero que, en ese escenario, es muy difícil que se mezclen, que uno influya en el otro. Desgraciadamente, si una de las opciones predispone a la otra, será el pesimismo del padre en la ilusión del hijo, jamás a la inversa, dadas las dificultades a las que se enfrentan a lo largo del libro.
Por eso, como buen libro, lo recomiendo; sin embargo, como lectura con la que disfrutar, me resulta imposible hacerlo, al menos ahora mismo, con su lectura reciente en mi cabeza y en mi corazón.
Quizá con el tiempo lo vea de otra forma.
Y todo esto, teniendo en cuenta que ni tengo hijos ni instinto maternal ni nada que se le parezca. Supongo que esta lectura para un padre tiene que resultar tan dura, o incluso más, que la del monólogo de Luis del Val, "Los caballos cojos no trotan". Por cierto, de Luis del Val es el libro que he empezado ahora, bastante más optimista que este monólogo, una novela de distracción, menos mal: me hacía falta después de "La carretera".
Avisado queda quien quiera leerlo.
Poniendo un toque algo más optimista, aprovecho que hoy es el Día del Libro (¡y de las secretarias! ¡qué bien que coincidan!) para desearos buenas lecturas, y buenas compras a quien lo haga.