domingo, 21 de abril de 2013

Con una sonrisa


Un buen amigo lo llama "hacer el payaso".

Muchas personas, especialmente en los últimos tiempos, destacan que siempre estoy sonriendo. "Parece que te encuentras mejor", "Te noto contenta".
Ni una ni otra, la mayor parte de las veces, por desgracia.

Pero tengo muy claro que el estado anímico es vital para llevar los problemas, el dolor, las preocupaciones... Por muchas y grandes que sean, siempre es posible sonreír. Pensado con frialdad, se puede tomar como un simple ejercicio muscular. Y ayuda. No sólo ayuda a sobrellevar o superar lo que sea, sino al ambiente a tu alrededor: si la gente te ve mustia, con cara de zapatilla o quejosa siempre, o se contagia (y te lo contagia a su vez a ti, por lo que el "mal rollo" se retroalimenta), o se van. Todos tenemos problemas, o penas, o dolores. Aguantar los del prójimo sobrecarga la mochila.
Así que, por los demás, y por nosotros mismos, es una buena opción mantener buen ánimo, por mucho que apriete el brote, por dolida que estés con alguien, por preocupada que te tenga lo que sea... Al menos es mi opción.
Es decir: cuanto peor me va, más me esfuerzo en sonreír. Para aliviar la situación.


Evidentemente, mientras discutes, o cuando tienes que asimilar algo duro, no es posible (o al menos no es nada fácil) poner buena cara. Pero cuando las aguas se calman, es buena idea para superar el obstáculo que se haya puesto en tu camino al buen ánimo real.


Una psicóloga me dijo una vez que tenía que sonreír aunque no me apeteciera. Que, como deberes, tenía que ponerme dos veces al día delante del espejo y sonreír, aunque fuera la sonrisa más falsa del mundo, aunque estuviera llorando mientras lo intentaba.


Y, después, a lo largo del día, repetir el gesto cada vez que me acordara, aunque por dentro estuviera hundida. Nunca le agradeceré suficientemente esa ayuda.
Porque ahora, años después, ese ejercicio que tanto me costaba llevar a cabo en su día, sale casi de forma automática.

La primavera es un momento difícil: el clima se vuelve loco (y la EA le sigue el ritmo), la astenia está al acecho y todo cuesta una barbaridad... Así que este ejercicio es, en momentos como éste, importantísimo. Me sienta como me sienta, me duela lo que me duela y cuanto me duela, sonrío. Como he dicho, "por mí y por mis compañeros, y por mí el primero".

Por ejemplo... todos tenemos días en que nos cruzamos con gente cabreada, estresada, amargada... En definitiva: con malas caras.
Si uno de esos días nos cruzamos con alguien que, sonriendo, nos da los buenos días, nos alegra el resto de la jornada ¿verdad? Y nos contagia con mayor fuerza que todos los que no lo han hecho.
Pues es una buena idea ponerlo en práctica: ser nosotros quienes, llevemos lo que llevemos por dentro, demos los buenos días con una sonrisa. El resultado no puede ser malo.
Y al que le moleste, que arree... 
Como si a los demás nos gustara su cara de acelga.


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