Lo he disfrutado más que la primera vez que pasó por mis manos. De hecho, he visto que, en aquella época, aún tenía la fea costumbre de subrayar algunos pasajes. Y me ha resultado curioso ver qué era lo que me llamaba la atención en aquél momento: no tiene nada que ver con las partes que me han maravillado en esta ocasión.
Los libros de Carmen Martín Gaite siempre han sido mi debilidad, porque parece que te va dando sus preciosas historias como si fuera un dulce, con una cucharita. Y, sin que te des cuenta, cuando termina la narración, con esa misma cucharita te coge por dentro y te remueve entera.
No sabes cómo ha ocurrido, tú sólo has leído la historia de dos amigas que se reencuentran, o la de una mujer que se ve envuelta en varias situaciones difíciles tras la muerte de su madre. Nada más. No te ha dicho nada más de forma directa. Pero algo dentro de ti ha empezado a hervir, y la tapadera amenaza con saltar.
Y así tengo el cuerpo hoy: revolucionado. Anoche, tras terminar el libro, el caldito empezó a hervir, y mi mente está bullendo (para bien): dentro de una historia un poco inconexa, casi loca, he llegado a verme reflejada, he leído cosas que no ponía en el libro: la importancia de una pareja que te haga sentir protegida pero a la vez adore tu "alma" (o como se quiera llamar) y te ayude a pulirla y desarrollar las mejores partes; la necesidad de estar en paz con tu pasado, incluyendo los posibles conflictos familiares (aquí me he visto bastante reflejada... los padres de la prota se parecen tanto a los míos que hasta su padre habla y gesticula como el mío, su historia tiene cierta similitud con la mía); o que no debemos subestimar a los demás (ancianos, enfermos...) porque se dan cuenta de mucho más de lo que creemos.
Terminé el libro entre la angustia por la trama y la sonrisa por lo que me ha aportado. La sonrisa se ha ido ampliando, mi mente sigue dando vueltas y más vueltas, pero en el buen sentido: buscando saber, pensando qué cambiar y cómo... vamos, ayudando a la cucharita a dar vueltecitas dentro de mí, para que, cuando el caldo repose, saque algo en claro y me sirva para algo positivo.
Desaprovechar tanta luz hacia dentro tiene que ser pecado.
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