jueves, 28 de noviembre de 2013

Confesiones de un pecador





Es con lecturas como ésta cuando te das cuenta de hasta qué punto fomenta los prejuicios la educación que, por lo general, recibimos.

Evidentemente, en este libro nos cuenta San Agustín, en primera persona, su "cambio para bien". De ser un joven "crápula" pasó, gracias en buena medida al afán de su madre, al cristianismo más radical, llegando a ordenarse sacerdote y dedicar su vida, su obra y sus pensamientos a su Dios. Su Dios, que viene siendo el mío. El de muchísima gente.



Y por eso esto no nos extraña, y de hecho lo vemos "bien".
Pero, si en lugar de ser el Dios católico al que consagra su vida, es a cualquier otro de los muchos en los que puede llegar a creer la gente de este planeta loco, lo veríamos como lo contrario: un drama (¡está atrapado por una secta! ¡le han lavado el cerebro!) o incluso una enfermedad psiquiátrica (¡delira! ¡se ha vuelto completamente loco!). Por eso me duele no haber podido tener una lectura objetiva. Mucha gente no creyente, o educada en otras creencias, tampoco tendrían esa objetividad: lo verían directamente como algo malo, en lugar de automáticamente bueno. Probablemente.
Debe ser difícil dar una educación (en la familia, en la sociedad y en el colegio) neutral. Pero supongo que la sociedad mejoraría muchísimo si se lograra.

Algo que ha llamado mi atención en este libro es la similitud de discurso, en algunos puntos, con otras creencias.
Por ejemplo, una de las frases, algo así como que alguien "estaba lleno del Señor", es algo que he oído a algunos evangelistas.
Pero lo que más me ha divertido ha sido la de vueltas que le da San Agustín al concepto "tiempo". Llega a la conclusión de que el tiempo no es que no exista, sino que no existe como tal, por sí mismo: es una de las creaciones del Señor.
No hace mucho leí un libro que mucha gente toma a mofa: "Lo que los animales quieren que sepamos". En él, a parte de tratar el tema de la comunicación con los animales vía telepática, habla de todo un sistema de creencias. El mensaje es muy bonito, en el fondo.
Uno de los conceptos en que insiste Dawn Brunke, la autora, respecto a esta ideología, es que el tiempo no existe en realidad. La coincidencia de ambas, al menos desde el punto de vista de San Agustín, me resultó muy curiosa (¿qué puede tener que ver el cristianismo con creer en las energías, o como pueda llamarse esta creencia? En la base... sí, más o menos pueden parecerse. Pero enfrenta en un debate ideológico a un católico con un comunicador animal. Puede ser divertido). Habla también, por supuesto, de la próxima vida (Dawn Brunke defiende la teoría de la reencarnación). Una de las preguntas que se plantea es "¿Y qué es, Señor, lo que quiero decirte, sino que no sé de dónde vine yo a esta vida mortal o muerte vital?".
Bueno, quizá una creencia se base en la otra... Con radicales modificaciones, claro.

Una de las expresiones que más me han alucinado ha sido la demostración de su conocimiento del futuro (o, visto desde otro punto de vista, su increíble ego): hablando de sus escritos, los define como una narración que ha de aprovechar a muchos predicadores. Para pensarlo.

Para finalizar, una anécdota: durante la lectura de estas Confesiones, se ha dado una coincidencia que me ha dejado un poco... turbada. En los días que me ha durado el libro, vimos la película que adapta "El Monje", protagonizada por MI Vincent Cassel. En ella, interpreta al Padre Ambrosio. Curiosamente, esa misma noche, San Agustín me habló de la importante influencia que tuvo el Padre Ambrosio, un obispo al que conoce en Milán, sobre él. Será tontería, pero me dio mal rollito...

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