jueves, 7 de febrero de 2013

No es tan fácil llevar bragas

¡¡YUPIIIII!! En un sólo día he cambiado mi suerte lectora.
Por eso tardé 3 ó 4 días en terminarme el bodrio del que os hablaba ayer, con escasas 125 páginas, pero 1 sólo día en ventilarme esta gozada de libro, que tiene 315.

Y eso que, al leer la biografía de la autora que viene en una de las solapas (literalmente: "Ana Manrique es escritora. Hasta la fecha ha publicado la novela Nadie dura siempre. Vive en Barcelona y está relacionada con el mundo del arte"), con esos datos... me dio mala espinita.

Como bien dice de este libro su contraportada, se trata del reverso de las novelas chick lit, ya que, aunque sus 3 protagonistas son mujeres, son mujeres reales. Como cualquiera de nosotras. Con sus ratitos "divis" y sus miserias miserables.

La novela está estructurada en capítulos cortos, de unas 3 páginas de media, que llevan por título el nombre de quienes van a protagonizar esa "escena": "Susana", "Susana y Carmen", "Rebeca y Tacho". Muchos de ellos, por tanto, son repetidos. Incluso repiten algunos consecutivos.

Me ha gustado mucho el estilo narrativo de la autora: directo, casi duro en según qué pasajes, sin vueltas ni complicaciones. Las historias, aunque duras, están muy bien elaboradas, en función de lo que esté viviendo cada protagonista así plasma la autora su personalidad, su mundo interior, sus miedos...

Por cierto, toca un tema un poco tabú entre las amigas: Si tú sabes que el marido de tu amiga la está engañando (con cuernos o cualquier otro tipo de mentira)... ¿se lo dirías? Y si fuera a ti a quien engañan ¿querrías que te lo dijeran?
Como en la vida real, hay reacciones variopintas. Desde ya os dejo claro que a mí sí me gustaría que me lo dijeran, y en coherencia con ello, alguna vez he sido la paloma mensajera... Curiosamente, muchas tendemos a matar al mensajero antes de cabrearnos con el mensaje: quien viene a quebrar la frágil estructura basada en mentiras dejándolas a la vista es quien se carga la relación, no quien te ha engañado una y otra vez, ni siquiera tú misma mirando hacia otro lado aunque lo sospecharas...
Somos raras de cojones.

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