sábado, 30 de junio de 2012

Metafísica de los tubos

Como siempre, con una narrativa muy fluida, que agiliza la lectura y engancha a la vez, Amélie Nothomb nos presenta una historia entre oriente y occidente, con una temática bastante tétrica, que roza (si no se mete en ella) la locura, pero manteniendo un extraño equilibrio en el límite de lo que, íntimamente, pensamos todos (bueno, yo lo pienso...).

A través de una extraña niña, nos habla de Dios y de la infancia, haciendo un fundido entre los dos muy natural pero, a la vez, raro de narices. Nos habla de las nociones de concepto de uno mismo, de los descubrimientos de las cosas y la postura que podemos adoptar ante ellas...
Habla de teorías con las que coincido y que hasta ahora no había comentado porque pensaba que era rarita... ahora estoy convencida de ser rarita, pero al menos no soy única. Y resulta que, acerca de ciertos temas importantes, pienso igual que una escritora famosa a la que admiro, así que me he puesto muy contenta.
El recalque que hace de la diferencia entre vivir y existir es algo que solemos pasar por alto, pero con lo que nos encontramos cotidianamente... Todo lo que tiene vida tiene existencia, pero no a la inversa. Y no me refiero a "piedras"...
En una expresión al principio de esta historia la autora lo define perfectamente:
"¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida."
¿Cuántos no conocemos a personas, quizá de nuestro entorno, que tienen esa mirada, esos ojos vacíos les hables de lo que les hables o miren hacia donde miren...? Son seres existentes, pero no los considero seres vivos, y a veces casi ni humanos.

Hay un pasaje, que describe un ahogamiento en un estanque, que me ha parecido una brillantísima imagen de lo que pienso del Jesucristo que nos venden...
Pero prefiero que cada lector lo saboree por su cuenta, quizá si lo comento aquí puedo predisponer a la hora de leerlo, y eso quita buena parte del disfrute de este fantástico libro.
Muy recomendable, en fin, Amélie Nothomb. Otra vez.

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