jueves, 17 de enero de 2013

Varada tras el último naufragio

Una historia buena, pero tirando a normalita.
Habla sobre la tristeza y el amor en varios de sus formatos, de la forma de enfrentarse, diferente en cada uno, a las inevitables crisis gordas en este aspecto.

Lo que es muy destacable son los personajes: curradísimos, complicadísimos todos los protagonistas, no sólo por su complejidad interior, que sí, son tela, sino por el complicado momento que pasan los 5 (1 de ellos ausente durante toda la novela).

La característica principal de esta novela es la forma en que está escrita: está afrontada como línea de pensamiento, no hay puntos "y seguido". Los únicos puntos son puntos "y aparte", que son los que distinguen entre uno y otro capítulo. Es decir: entre un punto y otro puede haber hasta 11 páginas (o más...).
No paraba de repetirme, durante la lectura "menos mal que no me pusieron un párrafo de este libro para analizar en Lengua en Selectividad". Aún estaría allí...

De hecho, el último capítulo (21 páginas) no sólo no tiene puntos: tampoco tiene comas. Resulta muy original, sí, pero agotador como lectura.

Una palabra que repite quizá demasiado es "superfarolítico". Me ha llamado la atención que llegara a abusar de una expresión tan poco habitual.

Hay un fragmento de párrafo que me ha llamado especialmente la atención. Me ha hecho sentirme muy identificada (y no, no es porque mencione gatos), no he podido dejar de pensar por qué vericuetos vitales habrá pasado esta mujer para describir tan bien los sentimientos más profundos de unos y otros personajes, tan diferentes en el fondo entre ellos...
En este fragmento habla de Clara, un personaje algo pegote pero que tiene su razón de ser en el argumento final:

"(...) y piensa Clara que tal vez fue demasiado larga la espera, demasiado profundo el desamor acumulado -¿quién dijo alguna vez que el pasado podía no ser irreversible?-, crónico e incurable y letal ya el daño, porque nada hay tan dañino como el desamor y no existe rehabilitación ni esperanza de dicha para los gatos famélicos y vagabundos que han deambulado demasiado tiempo de ventana en ventana, de tejado en tejado, que se han visto demasiadas veces excluidos y rechazados, que han sentido demasiadas veces contra el hocico sensible el golpe frío y duro de los cristales al cerrarse, mientras se adormecen junto al fuego, sobre cojines de terciopelo, sobre colchas de raso, los lustrosos, los gordos, los prepotentes gatos de interior, los detestables animalitos domésticos y amaestrados, y sus dueñas bonitas (que tanto se parecen a la Reina de los Gatos) les pasan cariñosas una mano por el pelo sedoso, y miran distraídas hacia la ventana, mientras llueve fuera toda la tristeza del mundo sobre los gatos tontos y enamorados, y de nada puede servir ya que cierto día una mujer más indulgente o comprensiva o distraída o bondadosa les deje penetrar al fin por la ventana, que les disponga un rincón cerca del fuego, y un platito de leche, y les dirija incluso unas frases amables, porque allí más que nunca habrán de sentirse los gatos excluidos y rechazados y preteridos y descontentos y ávidos e insaciables.

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