martes, 24 de septiembre de 2013

Las catilinarias

Hace un tiempo, en uno de mis posts sobre Miss Historias (no recuerdo cuál), hablaba de las maldiciones que me habían echado mis hadas madrinas. Entre ellas, la que más me complica la vida es la educación. Y sobre ello, entre otras cosas, se detiene este libro. ¿Hasta dónde nos puede llevar, a los malditos con la educación y el respeto hacia los demás, cruzarnos con una persona (con suerte sólo una) que ni tiene educación ni respeta? ¿Dónde está nuestro límite? ¿Somos capaces de hacerlo respetar?

Ya he comentado dos casos similares que, hace no demasiado, me han afectado en este sentido (Gabriella: desde aquí te pido clases particulares para hacer respetar mi tiempo y mi espacio). Personas que entran en tu vida y, aprovechando esa educación, esos modales, toman posesión de tu casa, tu tiempo y sobre todo de tu paciencia (que se agota inevitablemente).

La mayoría somos vecinos, y tenemos vecinos. Cuando ambas partes están en el mismo "bando eduacional" todo se mantiene más o menos en equilibrio. Es cuando cada uno pertenece a un bando diferente cuando vienen los problemas. Y esos problemas siempre son para la persona educada.

Los textos de Amélie Nothomb suelen resultarme tremendamente empáticos: tiene facilidad para tocar la tecla emocional que se proponga con sus palabras. Leyendo sus libros, puedes sentir alegría, amor, egoísmo extremo, desesperación... En este caso, presiona varias.
Durante la primera mitad de esta breve narración te exaspera. No me ha resultado difícil dejarme llevar por los sentimientos de Émile, uno de los protagonistas, ante las visitas de un vecino pesado, maleducado y desesperante. Quizá en esta ocasión lo ha tenido fácil conmigo: no ha necesitado que me meta en el personaje, con hacerme recordar ciertas situaciones (afortunadamente zanjadas) me ha puesto de los nervios.
Un vecino autoinvitado que invade la intimidad de los nuevos habitantes de la casa de enfrente (elegida, curiosamente, por su lejanía del mundanal ruido para pasar sus últimos años tras la jubilación), una visita molesta y maleducada, voluntariamente insensible a las indirectas. Y un involuntario anfitrión incapaz, por educación, de mandarle al guano o, simplemente, hacer respetar su espacio.

Hacia la mitad de la historia Émile y Juliette, su mujer, reaccionan: resulta muy divertida la escena de la cena de vecinos.

Y a partir de ella se empieza a comprender el por qué del carácter del "verdugo" (como ellos le apodan). Conocen su realidad, y casi hasta le comprenden... si no fuera porque no sólo es verdugo de sus vecinos.
La bondad (por fondo y porque les han educado en ella) de este matrimonio les lleva a entrometerse en una situación ajena, como antes se metiera el vecino en su casa. Y a actos bondadosos, pero crueles.
Y hasta aquí puedo leer sin hacer demasiado spoiler.


Este libro no sólo me ha dado material sobre el que reflexionar (como todos los de la autora, por inverosímil que sea el argumento), sino que me ha dado ideas, herramientas para afrontar y gestionar posibles situaciones similares en las que puedo volver a encontrarme. Lástima no haberlo leído antes.

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